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Estimados Trump y AMLO: no hay censura si las redes sociales los bloquean

Es un error pretender que los presidentes (o ex presidentes) tienen derecho a la misma libertad de expresión que sus gobernados. La cosa no va así, señores poderosos.



20 enero, 2021

Como todo el planeta se enteró, el pasado 8 de enero, Twitter bloqueó la cuenta del hoy ex mandatario de los Estados Unidos, Donald Trump. La acción, unilateral, planteó una discusión acerca de la censura y la libertad de expresión en los medios digitales.

Esa discusión no ha sido ajena al presidente de México Andrés Manuel López Obrador. Hasta ahora nadie ha hablado de censurarlo en Twitter, y no creo que eso vaya a pasar. La razón principal es que su cuenta en esa red (@lopezobrador_), a pesar de tener 7.7 millones de seguidores, manda mensajes irrelevantes, institucionales, por completo alejados de esa dinámica explosiva que su ex contraparte estadounidense inflamaba día con día.

A partir de que Donald Trump anunció sus intenciones de postularse a la presidencia en 2016, su cuenta de Twitter funcionó como una poderosa arma ideológica. En ella dio difusión global a falsedades y medias verdades que sus seguidores tomaban como certezas. Como empezaba a tuitear desde muy temprano, podía conmover al mundo entero con un solo tuit madrugador y hacer que todo ese día no se hablara más que de él.

López, por su parte, no necesita tuitear. Él establece la agenda del día con sus conferencias mañaneras. En ellas ha dicho cualquier barbaridad equiparable a las que tuiteaba Trump. Al decirlas, inflama a la audiencia. Sus adversarios todo el día estarán dándole importancia a la barbaridad y sus seguidores harán lo posible por darle sentido al absurdo. A pesar de ello, la decisión de la red social, que ni le afecta directamente, le ha parecido amenazante a su idea de libertad de expresión. “Considero que no puede haber un organismo particular que decida quitar el derecho que se tiene a la libre manifestación de las ideas”, dijo a propósito de este asunto el pasado 14 de enero. Luego, agregó: “no a la censura.”

Como en muchas cosas que dice, se equivoca en postular esa amenaza, y ese error de juicio lo transmite a sus seguidores. Más que la posibilidad de ser silenciado por Twitter, algo poco probable porque —como ya dije— su cuenta en esa red maneja contenido irrelevante, él ve una amenaza mayor en ser silenciado legalmente por el Instituto Nacional Electoral (INE) cuando inicien las campañas para las elecciones de este año.

Su error de base es suponer que los derechos son absolutos universales. No lo son. No deben serlo. Estas son las razones.

La asimetría de los privilegios contra la universalidad de los derechos

La humanidad no solamente es diversa, sino que es desigual. Unos pocos tienen muchos privilegios y muchísimos no sólo carecen de ellos, sino que deben luchar por lograr una dignidad mínima.

Para ilustrar esa desigualdad pensemos en una asimetría que muchos de nuestros lectores dan por sentada: si tú deseas visitar los Estados Unidos, sólo debes tener pasaporte y visa. Para ambos documentos hay que hacer filas, que son engorrosas, y pagar el costo. Para la visa, además, hay que pedir cita y acudir a una entrevista. Si cumples ciertos criterios socioeconómicos, que no son nada del otro mundo, se te otorgará la visa. Con ella podrás cruzar la frontera tantas veces desees, por tierra, por mar o por aire. Y muy posiblemente, incluso teniendo esos documentos en regla, simplemente elijas nunca ir a Estados Unidos. No pasa nada.

Sin embargo, para millones de personas que viven debajo de la línea de la pobreza, la opción de cruzar la frontera se vuelve no una elección, sino un imperativo. Si se quedan en su tierra, sus vidas corren peligro o sobrevivirán apenas en condiciones indignas. Ellos no pueden elegir el medio de transporte y deben cruzar por tierra, a pie, miles de kilómetros de selvas, montañas, desiertos y territorios controlados por el crimen organizado, además de enfrentarse cada tanto a las fuerzas del orden. Todo esto con provisiones insuficientes, durmiendo al aire libre. Una travesía mortal. Según el Portal de Datos Mundiales sobre la Migración, entre 2014 y 2019 se registraron 2243 muertes en la frontera México-estadounidense, a las que se suman 667 migrantes fallecidos en Centroamérica en ese mismo periodo. Que uno pueda darse el lujo de decidir si se va o no a los Estados Unidos, mientras que hay cientos de miles de personas dispuestas a arriesgarlo todo con tal de entrar de forma no legal a ese país, es un ejemplo cercano de la abismal asimetría humana. Nadie necesita del derecho a migrar hasta que no queda más remedio que hacerlo.

Lo mismo pasa con todos los demás derechos que las poblaciones en situación de vulnerabilidad deben de conquistar. Por cada uno de esos derechos que se exigen hay grupos en el poder que discuten si personas distintas pueden acceder o no a sus privilegios.

Los derechos que los privilegiados no conceden

Los hombres argumentan desde posturas falaces que a nivel estadístico hay más hombres asesinados que mujeres. El dato, puramente númerico, es correcto. En efecto, en México son más hombres los que mueren asesinados, en una proporción de alrededor de 35 a 1. En lo que va del sexenio actual, hasta agosto del año pasado, fueron asesinados 61,037 hombres contra 1,704 mujeres, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Sin embargo, es un dato asimétrico. Las causas por las que se mata a un hombre son enteramente distintas a los motivos por los que los hombres matan a las mujeres. A los hombres se les asesina normalmente en vinculación a actividades delictivas. A las mujeres las asesinan hombres como una forma extrema de odio machista.

Otro ejemplo de asimetría: la creencia de que existe el “racismo inverso”. Eso no existe. Se trata de un argumento falaz que adoptan las personas de piel más clara (y estrato social más alto) ante las muestras esporádicas de rechazo de algunas personas de piel más oscura (y estrato social bajo). Los quejosos no ven que el racismo —al igual que el machismo— es estructural y sistémico. No se pueden comparar casos aislados de desprecio que busca resarcimiento, a la humillación perenne, sistémica, que se ejerce contra las personas por su color de piel.

Vayamos ahora a la libertad de expresión. No fue censura cuando una compañía de capital privado decidió suspender la cuenta del entonces hombre más poderoso del mundo. Incluso ahora que ya no es presidente, ese hombre tiene medios masivos de sobra para seguir expresándose por fuera de las redes sociales. Es un caso de asimetría. Más bien, Twitter actuó responsablemente dentro de su margen de acción para dificultar el esparcimiento de la violencia en contra de las instituciones democráticas y las personas. (En efecto, puede discutirse si las grandes corporaciones tecnológicas no tienen ya demasiado poder, pero eso es, por el momento, harina de otro costal).

Tampoco es censura cuando un medio o una red social decide bloquear o no hacer públicos llamados de personas no poderosas que incitan al odio o a la violencia, en contra de cualquier otra persona. La libertad de expresión no es universal. Tiene límites dentro de los cuales puedes expresarte libremente. Esos límites están ahí porque rebasarlos pone en peligro la vida o la dignidad de otras personas.

Que López Obrador se queje de la censura en las redes, en los medios, por causa de la legislación electoral, o ante los países de la OCDE, es no reconocer la asimetría de su cargo: él es el hombre más poderoso de México, no un periodista silenciado, no un activista perseguido por sus ideas.

El derecho a la libertad de expresión se diseñó para garantizar que el pueblo hable libremente, sobre todo en contra del gobierno, y así reducir la asimetría de poderes. Que el poder gubernamental exija para sí las mismas libertades que el pueblo es no haber entendido nada.

 

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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo en El Contribuyente, y Goula. También es director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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