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Trump contra AMLO: la guerra de dos hackers

Ambos mandatarios se enfrentan en la guerra arancelaria y de flujos migratorios. Sus armas son mediáticas, pero no para hablarse entre sí, sino para hackear la mente de sus audiencias.



3 junio, 2019


El pánico cundió como una bomba desde el jueves pasado, 30 de mayo, a las 6.30 de la tarde. El detonante fue un tuit que, sin decir agua va, lanzó el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. En él advertía que incrementaría las tarifas arancelarias de los productos mexicanos en su país. El 10 de junio iniciará con 5%, e iría aumentando a razón de 5% mensual hasta llegar a un tope de 25% el 1 de octubre próximo. Si México quería detener e incluso anular ese incremento, estaba obligado a frenar por completo los flujos migratorios de personas indocumentadas hacia los Estados Unidos.
Ese tuit puso en un ring a dos presidentes que se han caracterizado por desentenderse de las formas y maneras de la política tradicional, apoyados por una base de votantes con una lealtad a toda prueba. Son dos personajes que han construido a su alrededor una narrativa imbatible: Trump llegó a decir que podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida, y aún así no perdería votos. Por su parte, López Obrador pudo ganar un debate electoral con un insulto de niño de primaria: “Ricky Riquín Canallín”. Ambos mantienen también una relación dudosa con la verdad. El diario Washington Post llevó el conteo diario de las mentiras de Trump: profirió en promedio 12 mentiras al día. No hay un esfuerzo semejante en la prensa mexicana, pero es sabido que el mexicano tiene “otros datos”, distintos a la realidad, con los que basa sus políticas.
Al electorado, en efecto, no parece importarle un pepino que sus elegidos para gobernar tengan tantas falencias objetivas, porque es en la subjetividad donde los han conquistado. El fin de semana pasado, para no ir más lejos, el partido Morena arrebató las gubernaturas de Baja California y Puebla al Partido Acción Nacional. Por su parte, Trump se está colocando como favorito para llevarse la reelección presidencial en 2020. Ambos, desde luego, son detestados de manera igualmente visceral por un porcentaje importante de la población en sus respectivos países (Trump es, además, odiado en buena parte del mundo). Hay más semejanzas entre ellos, como su dudosa relación con el medio ambiente y su preferencia marcada por seguir quemando combustibles fósiles, y su manera directa de comunicarse con su electorado: uno por Twitter, el otro por medio de conferencias de prensa diarias, por la mañana, para fijar la agenda del día.
 

Dos hackers del pensamiento de masas

Ambos mandatarios usan a sus audiencias a su antojo. Más que usarlas, las hackean. Me explico: la palabra se aplica no solamente a los sistemas computacionales, sino a todo sistema, incluido los sociopolíticos. Es un término que proviene del germánico antiguo y significa, literalmente, “cortar en trocitos”. Empezó a usarse en la cultura informática en los años setenta del siglo pasado y su sentido evolucionó al que actualmente utilizamos. En español se le traduce como “pirata informático”, pero no es una buena traducción. Se ajusta al sentido específico de alguien que altera el funcionamiento de un programa de cómputo para que trabaje en su favor, pero no permite el uso nuevo, más extendido a otros ámbitos. Esa alteración siempre va en contra, o por lo menos abusa, de las reglas establecidas. En temas cibernéticos, el hacker burla las barreras de seguridad de un sistema informático y a partir de ello toma ventaja de lo que ese sistema encierra, sean cuentas bancarias, contraseñas, fotos pornográficas, datos personales, etcétera.
Pero decíamos que el sentido de esa palabra se ha ampliado y ahora se habla de hackers que pueden alterar otro tipo de sistemas. En un mundo con un calentamiento global incesante, hay científicos que buscan “hackear” el clima para revertir la tendencia de efecto de invernadero. Hasta ahora no han encontrado cómo, pero están intentándolo, al menos. En un sistema sociopolítico, los hackers quizá aún no reciben ese nombre, pero deberían: son individuos o instituciones que toman ventaja de de las barreras de seguridad que surgen en la convivencia social de las personas, para usarlas a su favor.
Los hackers cibernéticos suelen ser anónimos; el estereotipo los retrata encapuchados y con la máscara irónica de Guy Fawkes. Los hackers sociopolíticos también hacen su trabajo con relativa secrecía o, por lo menos, discreción. Se les conoce como spin-doctors, o especialistas (“doctores”) en reconvertir (“girar”) los mensajes mediáticos para lograr un cambio en la opinión pública. Pero esa figura también ha evolucionado. Las redes sociales han extendido el campo de acción de los spin-doctors, y al mismo tiempo los ha obligado a cambiar sus estrategias. Ahora los hackers sociopolíticos necesitan por lo menos uno o varios rostros excesivamente visibles, sino es que ser directamente ellos mismos los hackers. Trump y AMLO son eso: hackers sociopolíticos.
 

El arte de incendiar las cámaras de eco

Su discurso está basado en exaltar la visceralidad de sus votantes, a sabiendas que eso va a provocar la ira y el odio de sus contrincantes. Una ira y un odio que, una vez que es señalado como proveniente de los adversarios, se vuelve contra ellos mismos. Si en México un empresario o un académico denosta el trabajo lopezobradorista, éste le llamará con entera libertad en su conferencia mañanera como “fifí”, parte de la “mafia del poder”, o de los “conservadores neoliberales”, términos que invalidan los argumentos del crítico y los convierten en meras rabietas producto de la supuesta pérdida de sus privilegios. Algo semejante hace Trump al hacer enojar a los demócratas, a los afroamericanos, a los mexicanos, a las mujeres, a los que se oponen a la libre portación de armas: los señala como parte de los progresistas de izquierda que estaban llevando a “América” a la ruina.
Esta maniobra es posible gracias a que las comunidades humanas crean naturalmente cámaras de eco: entornos en los que los mensajes emitidos tienden a reflejar y reforzar la ideología central del grupo y a excluir todo aquello que se distancie de ese punto de vista. Uno de los orígenes de esa exclusión a lo diferente es el miedo. Las redes sociales digitales (que Obrador llama “benditas”) agilizan enormemente la formación de estas cámaras: favorecen la dispersión de los mensajes ciertos o falsos —no importa— así como la exclusión y el ataque a lo que se opone. El político hacker lo único que debe hacer es colocarse en la burbuja mayoritaria en términos electorales y reiterar los mensajes que esa burbuja desea escuchar, no importa qué tan desastrosas sean las consecuencias.
 

La reacción en cadena y la respuesta tibia

Por ejemplo: la reacción en cadena que desató el tuit de Trump del jueves, implicó un golpe a nuestra moneda, que la hizo cruzar de nueva cuenta la barrera de los 20 pesos por dólar. Al día siguiente, ocasionó una pérdida de casi 30 mil millones de pesos en el valor accionario de los bancos mexicanos. Hizo caer también el valor de empresas automotrices estadounidenses, como General Motors o Ford, que arman un buen porcentaje de sus vehículos en nuestro territorio. Llevó a que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador redactara una carta para que Trump reconsiderara su decisión y a que enviara a Washington a su secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, a establecer un diálogo con el gobierno estadounidense y comunicar que esa medida no solamente sería desastrosa para la economía mexicana, sino que afectaría también los intereses de los Estados Unidos.
Trump respondió a todos esos esfuerzos y cartitas del gobierno mexicano con otro tuit. En él advertía que el diálogo ya llevaba décadas y que ahora México tenía que hablar con hechos: frenar la inmigración ilegal hacia su país. Por lo demás, no había vuelta de hoja: o se frenaba el flujo migratorio o habría aranceles. ¿Qué responde AMLO a esto? Que México es amigo de los Estados Unidos, que un presidente no define a un país, que el diálogo va a resolver este desaguisado, que los migrantes son seres humanos con derechos, que hay que ayudar a nuestros hermanos centroamericanos. Sus delegados en los Estados Unidos tienen un discurso semejante para detener una decisión arbitraria.
Imponer aranceles y anunciarlo en un tuit fue algo premeditado por parte de Donald Trump. Algo muy acorde a su promesa de campaña de que México pagaría la construcción de su muro fronterizo “de una manera u otra” y que lo pagaría con creces. Ya anteriormente había mencionado la aplicación de tarifas a las importaciones como una forma de lograrlo. Como la edificación del muro ha encontrado toda clase de obstáculos económicos, políticos y geográficos, esta declaración es una forma de hacer que México sea ese muro y, si no, lo pagará con aranceles.
En estricto sentido, los aranceles los terminaría pagando el consumidor final, es decir, el consumidor estadounidense que esté interesado en comprar algo proveniente de nuestro país. Sin embargo, un aumento de precios de 25% puede arruinar la competitividad de los productos y las empresas mexicanas. Las multinacionales encontrarán ahora menos atractivo maquilar en México a bajo costo con la promesa de llevar la producción al otro lado de la frontera.
 

Ojo: no se están hablando entre ellos

Por un lado la postura intransigente de Trump que avisa de sus intenciones de dinamitar la relación comercial de dos socios geopolíticos para obligar a “resolver” otro tema que no está relacionado. Por el otro, la candidez y el pacifismo de su contraparte mexicano. El mensaje de uno no armoniza con el mensaje del otro y viceversa.
Si analizamos esa comunicación desde una perspectiva de sistema de interlocución, hay un fracaso en la postura de México. Es comprensible: nos agarraron por sorpresa. No sólo eso: las últimas semanas todas las baterías se habían enfocado en ajustar los marcos legales para que el T-MEC, el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, fuera ratificado por nuestros legisladores cuanto antes. ¡Se reformó toda la Ley Federal de Trabajo para que Estados Unidos diera su visto bueno! Ese mismo jueves, horas antes de que Trump enviara su tuit explosivo, se habían enviado los documentos de ese tratado al senado mexicano para que lo aprobara… Y todo para qué, como dice la canción.
Pero si partimos del hecho de que ni Trump ni AMLO le hablan al otro presidente sino a sus propios votantes, todo cobra sentido. Las consecuencias de esas decisiones nefastas, o de sus respuestas tibias o no, ya las pagarán las siguientes generaciones. Mientras tanto, sus respectivas cámaras de eco estarán muy complacidas de lo bien que se han manejado las cosas. El resto de las cámaras de eco pueden hacer todo el coraje que quieran, al fin y al cabo su entripado sólo se escucha al interior de sí mismas.
 
Para redondear esta idea, sigue leyendo Qué pasará con los aranceles de Trump.


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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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