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Cómo oponerse a López Obrador (con sus propias armas)

Los intentos de formar una oposición al gobierno actual han sido ridiculizados, anulados o abiertamente agredidos y amenazados en redes sociales. Pero un gobierno sin oposición es una autocracia. Y de la autocracia a la tiranía hay solo un paso.



17 junio, 2019


El gobierno actual tiene opositores. Incluso, algunos dentro de su mismo gabinete. Pero conforman un grupo descoordinado, desunido, y no pocas veces irracional, ardido y déspota. A eso no se le puede llamar una oposición real.
Pero nos urge que la haya. Un gobierno sin oposición de ideas es una autocracia. Y pasar de la autocracia a la tiranía a veces es sólo cuestión de tiempo. Una oposición ideal es un contrapeso racional, sensato, necesario a la voluntad autoritaria. Pero esto es, por el momento, lo que hay:

  1. La oposición fáctica.

Esta no entiende de contrapesos ni de equilibrios. Simplemente limita las posibilidades de acción del gobierno en la medida en afecten sus intereses.
Un grupo considerable de estos opositores no dan discursos ni les interesa. Ellos están secuestrando personas, asesinando, violando y despojando. No tienen programa político como tal y simplemente se oponen a que los detengan, los combatan o les toquen sus privilegios. ¿Qué hace el mandatario? Irse en contra de quienes le exigen detenga a esos criminales. Proteger a sus cercanos en lugar de resolver (“¡No estás sola, Claudia Sheinbaum!”). Decir que esos son problemas heredados. Ese tipo de cosas.
El otro opositor real a su régimen es Donald Trump. No es que el mandatario estadounidense tenga nada personal en contra de López Obrador o su manera de gobernar. Le tiene sin cuidado. Pero poner en aprietos al gobierno mexicano lo fortalece en su campaña de reelección. En la medida en que Trump tuiteé alguna amenaza a la estabilidad de nuestro país, entonces el gobierno mexicano —sumiso como siempre ha sido— no va a ponerse a discutir. A lo mucho intentará negociar el modo de acomodarse a su anglosajona voluntad del modo que sea menos costoso posible.

  1. La oposición de cartón.

A esta la conforman un grupo de opinadores, políticos, activistas y tuiteros más o menos renombrados que detestan todo lo que hace el político tabasqueño. Pueden tener buenos argumentos de repente, pero muy rápidamente caen en las provocaciones, en el golpeteo irracional, en la denostación y en la autocomplacencia. Muchos de ellos, en otros tiempos, solían ser mesurados, necesarios, e incluso profundos en su punto de vista. Tristemente, la 4T ha sacado lo peor de ellos a relucir y parece que no están entendiendo que no están entendiendo.
Muy importante: si tu oposición responde a una causa social justa, no te apoyes más en estos personajes para que te sirvan de altavoz, porque en realidad ellos van a usarte a ti para tener tema de gritoneo.
Son estos opositores el blanco favorito de Obrador. Como casi todos ellos usan argumentos propios del régimen anterior, le es sumamente fácil al presidente desacreditarlos incluso con tácticas infantiles. Al llamarlos “fifís” los anula en seguida. Tal como en su momento llamó al candidato Ricardo Anaya, “Ricky Riquín Canallín” y eso bastó para ponerlo en la lona. Etiquetar es por ahora su estrategia más poderosa contra estos opositores. Los llama a todos “adversarios que quieren ver que su proyecto fracase”, “mafia”, “hampa” y en seguida les dedica su acusación favorita: “corruptos”. Cuando no quiere incriminarlos con ese adjetivo, simplemente les llama “neoliberales” o “conservadores”. No importa que sean denostaciones imprecisas (¿qué es realmente un neoliberal o un conservador?) y que no tengan más sustento que el hecho de que él las dice, lo importante es que sus seguidores las creen y las festejan.

  1. La oposición por contrapeso de poderes

Hay que reconocer que el poder judicial, dentro de su laberíntico proceder, ha sido una oposición real a algunas de las medidas más polémicas impulsadas por el presidente. Su contrapeso forma parte del diseño del estado mexicano, y lo avala la calidad moral de estar sustentado en las leyes. Cuando el poder judicial ha contravenido a sus designios, Obrador ha admitido su límite porque le interesa hacer respetar la ley, o al menos causar esa impresión.
Lo mismo puede pasar con los órganos autónomos del propio gobierno: el Banco de México no puede permitir que el mandatario decida la política monetaria, por ejemplo.
En contraste, el poder legislativo que en una democracia sana debería de presentar oposición al ejecutivo, está plegado a sus designios y es meramente un altavoz del presidente.
La desventaja de todos estos contrapesos propios del Estado es que son operativos, no discursivos. Ante una arbitrariedad pueden oponer un amparo, o una acción de inconstitucionalidad, pero solo ante actos específicos, y sujetar la resolución al diseño de las leyes y el dictamen de los jueces. Es decir, a veces ni los jueces pueden.

  1. La oposición por autoboicot

Es de esperarse un gobierno con disonancias, pues ninguna fuerza política es absolutamente coherente y congruente. El hecho de que nos parezca que todo debería de ser unísono es porque crecimos adiestrados por décadas en la ciega disciplina de los miembros del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ellos casi nunca discutían las decisiones del presidente. Tampoco solían ser automotivados (más que para subir de puesto). Que haya voces disidentes es en realidad algo positivo, aunque nos desconcierte. El problema son la calidad de esas voces.
Si bien López Obrador ejerce influencia entre los senadores y diputados de Morena y de otras bancadas, también es verdad que muchos de estos legisladores han tomado decisiones por la libre y han hecho propuestas tan desafortunadas que más allá del daño que causan a la economía al momento de su anuncio, tampoco llegan a ser aprobadas. Lo mismo pasa con algunos de sus secretarios y subsecretarios de estado: dicen una cosa y al rato su presidente los calla.
Es esta, pues, una oposición de la torpeza: el propio gobierno dándose balazos en el pie y tropezándose consigo mismo. Pero incluso así, sale bien librado.

  1. La oposición moralmente incuestionable

Por ahora, esta oposición existe sólo en teoría; pero tal vez es la única que podría restarle poder… y no es una buena señal. Es aquella que en una escala ética sea moralmente superior a su posición de jefe de estado elegido por el pueblo en mayoría aplastante. Es decir, vendría respaldada por una causa tan indiscutible que no habría modo de combatirla sin quedar manchado ante su propia audiencia. Sería el equivalente a los 43 de Ayotzinapa para el sexenio de Peña Nieto o los niños de la guardería ABC para el gobierno de Felipe Calderón. Son casos simbólicos, catastróficos, producto de la corrupción o la ineptitud del sistema.
El asesinato de dos estudiantes hace pocos días lo sometió por unas horas a esa superioridad moral, pero se libró. Primero porque eran sólo dos jovenes asesinados, no 43 desaparecidos o 49 niños muertos. También porque eran de universidades privadas —léase: “fifís”—. Eso bastó para desacreditar sus muertes ante su público: el México de la pobreza que ha visto a sus jóvenes morir uno tras otro en la guerra calderonista contra el narco.

  1. La oposición discursiva

No hay por ahora posibilidades de que una oposición basada en argumentos prospere. La razón es que lo argumental no tiene efecto en lo emocional y el actual presidente basa su poderío en una emoción poderosa: el hartazgo del pueblo ante décadas de podredumbre. Pero no hay otro remedio que defender las causas que son justas bajo la nueva moral del régimen (básicamente, no defender privilegios adquiridos por una clase social a costa de una mayoría).
Por desgracia, aún si la causa es justa, sus argumentos serán denostados, ridiculizados y anulados en la medida en que afecten al estatus quo del actual régimen. Aunque si se persiste en la defensa de lo que es realmente justo para todos, tercamente, hasta que se canse el ganso, es posible que ese pequeño movimiento de oposición prospere.
 
Para redondear esta idea, sigue leyendo El polémico Ramo 23 en tiempos de AMLO


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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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