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El método de innovación de los perros y la serpiente de Rubik

Por muy listos que nos parezcan, los perros no son muy lúcidos. Aún así son capaces de hallar soluciones de vez en cuando. Si buscamos innovar, no está mal entender cómo lo hacen nuestros amigos peludos.



2 diciembre, 2020

Cuando se trata de examinar cómo trabaja nuestra inteligencia, damos muchas cosas por sentado. Por ejemplo, nunca se nos ha hecho mayor problema abrir una puerta girando la manilla. Pero si descubrimos que nuestro perro de algún modo averiguó cómo abrir la puerta, nos sorprenderá su inteligencia. “¡Qué listo es!”, dirás con asombro. Lo más probable es que su hazaña intelectual termine ahí. No sería extraño que no supiera, en automático, cómo abrir otra puerta (aunque el mecanismo sea el mismo). Los perros encuentran muy difícil la abstracción: esa operación que generaliza la manilla de una puerta en todas las demás manillas de puertas, de manera que si aprende a abrir una, no necesariamente puede abrirlas todas.

La manera como los perros “aprenden” es, en muchas ocasiones, al azar. A fuerza de deambular aquí y allá, morder esto y aquello, se recargó en la manilla de la puerta… y la abrió. No intentaba abrirla. Pero ya que lo logró —y eso le permitió salir del encierro— va a repetir el movimiento. Cada acto exitoso, le reforzará la validez de su método. ¿Es eso inteligencia? Lo es, pero en una definición muy amplia.

La rudimentaria inteligencia del moho

Desde hace décadas, muchos estudios científicos se han enfocado en una forma de vida extremadamente simple que, sin embargo, parece obrar con “inteligencia”. Se trata del moho mucilaginoso, del que hay varias familias y especies. Se trata de habitantes comunes del suelo de los bosques que se dedican a proliferar en busca de alimento en descomposición.

En condiciones de laboratorio, sin embargo, cuando un moho se enfrenta a un laberinto en el que al otro lado hay comida, aparentemente “lo resuelve”. Lo hace así: primero crece en todas direcciones, de modo que cubre la superficie total del laberinto, alcanza todos los callejones sin salida. A fuerza de recorrer todos los caminos, llega al final, donde está la comida. Pero ahí no termina la cosa: las áreas del laberinto que no tienen alimento son lentamente abandonadas y, tras un tiempo, resulta que el moho ha adoptado exactamente la forma de la ruta correcta, por muy intrincada que sea, que va del inicio al final del laberinto. Nada mal para un ser vivo que no tiene cerebro y, más notable aún: es unicelular.

Podría discutirse que esa resolución de problemas no cuenta como ”inteligencia”. Intentar e intentar, sin objetivo alguno (porque ni el perro ni el moho “sabían” que iban a encontrar algo) hasta obtener algún resultado positivo. En el caso del perro, abrir la puerta. En el caso del moho, hallar alimento. Aún así, ese intento por el intento mismo, es una de las formas más frecuentes que tenemos los humanos para “encontrar” soluciones.

Cómo resolver problemas con el método del perro

Aunque soy un adulto que se acerca al medio siglo de vida, tengo un juguete preferido. Se trata de una serpiente de rubik, un puzzle creado ni más ni menos que por Ernő Rubik, el inventor del famoso cubo que lleva su nombre. La serpiente consiste en una serie de 24 pequeños prismas triangulares independientes, pero unidos consecutivamente en dos de sus tres lados. A diferencia del cubo, aquí no hay una solución precisa. Cada lado unido tiene cuatro posibilidades de movimiento, de manera que puede alcanzar una impresionante cantidad de combinaciones posibles. Se habla de unas 23 billones de configuraciones distintas, si bien la inmensa mayoría no tiene mucho sentido. 

La serpiente fue un regalo para mi hijo por parte de mis padres, pero él no le hizo mucho caso al juguete. En cambio, yo tuve una regresión a mi infancia pues de niño yo moría por uno de esos artefactos. Desde que se lo confisqué a mi hijo, hace dos años, he estado manipulándolo para calmar el estrés y me he vuelto un experto. Prácticamente todos los días encuentro una nueva figura interesante. Hacerlo me ha permitido reflexionar sobre procesos básicos del intelecto.

He encontrado la mayor parte de esas figuras con el método del perro. Es decir, doblar el juguete sin sentido alguno hasta que adopta una forma que me parece bella y estable. En mis propias reglas, para que esto ocurra debe cumplir con estos dos requisitos: conectar limpiamente ambos extremos de la serpiente y ser lo más simétrica posible. En seguida, una galería de mi propio instagram con algunos de mis intentos:

 

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Ignoro cuántas de las 23 billones de combinaciones cumplen con esas dos condiciones, pero no creo que sean más de unos cuantos cientos. Pese a ello, luego de todos estos meses, aún descubro nuevas configuraciones con las dos características. Mientras doy vueltas a los prismas, pienso en la inteligencia superior del señor Rubik. No lo imagino creando sus juguetes siguiendo el método del perro. Sus diseños son extremadamente simples y aún así, se ramifican en miles de millones de combinaciones.

En una entrevista realizada en 1981 por el Washington Post con motivo del lanzamiento de la serpiente (mejor conocida por su nombre en inglés, Snake), el diseñador húngaro explicó la diferencia entre el cubo y su nuevo juguete. “El cubo es un rompecabezas, y buscarle una solución refleja una compulsión íntima. Encontrar la solución es como tomar posesión del cubo. La serpiente no es un problema a resolver; más bien ofrece infinitas posibilidades de combinación. Es una herramienta para idear nuevas formas en el espacio.”

Debo confesar que nunca he podido resolver el susodicho cubo de rubik. La razón, ahora la sé, es que no está hecho para ser resuelto con el método del perro.

Más allá del método del perro

A menos que en las últimas semanas hayas estado en coma, a estas alturas ya sabes que la exitosa serie de Netflix, The Queen’s Gambit (traducida al español como Gambito de dama) gira alrededor de una niña huérfana que resulta ser un prodigio en el ajedrez. Para visualizar su proceso mental, el director decidió que la niña mira hacia el techo y ahí imagina las piezas del juego. Con ellas, empieza a cruzar las distintas combinatorias hasta dar con aquella que le da menos posibilidades de ser vencida.

En realidad, los juegos de estrategia se basan en la capacidad del jugador de adelantarse a las distintas combinatorias. El campeón mundial del ajedrez, Magnus Carlsen dice que puede “ver” hasta 20 jugadas hacia el futuro, cada una con las distintas posibles respuestas y contraataques. En cierto sentido, es el método del perro pero llevado a su extremo computable. Obviamente, las diferencias son abismales: el perro no sabe lo que hace hasta que encuentra algo que hacer, el ajedrecista no sólo sabe perfectamente lo que hace, sino que traslada los intentos a su mente y los evalúa. Un poco como si el perro estudiara en su mente todas las posibilidades de apertura de una puerta hasta dar con la más óptima. Sin embargo, el fundamento sigue siendo el mismo: probar (en el mundo o en la mente) hasta dar con la respuesta. La diferencia, que es requisito para resolver problemas complejos como el cubo de rubik, es la capacidad de abstraer los conceptos, visualizar escenarios, evaluarlos y calcular sus efectos. (Por ejemplo, escribir y leer implica todo eso.)

 

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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo en El Contribuyente, y Goula. También es director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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