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Contra los jóvenes y bellos: el éxito es de la gente madura y poco atractiva

Un par de estudios recientes están devolviendo algo de justicia al mundo de los negocios, o más bien a la forma como se cuentan las historias de éxito empresarial. En otras palabras: tienes más oportunidades de triunfar que lo que creías.




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Foto: Shutterstock
30 abril, 2018


Buena parte de la culpa es de nosotros, los periodistas y editores, por dejarnos llevar por las apariencias… En las juntas de redacción siempre ganará la historia de los chicos post adolescentes que en el garage de la casa de uno de ellos construyeron la computadora personal que revolucionaría el mercado de la tecnología, o la del tipo que en el dormitorio de su universidad programó la página web que robaría los datos de miles de millones de personas. Son historias fascinantes porque huelen a prodigio: mientras la mayoría de los chicos de esa edad está emborrachándose y revolcándose entre sí, estos muchachos geniales tomaron la delantera y antes de los 25 años ya eran multimillonarios.
En el mismo sentido —y porque la mayoría de las salas de redacción apestan a machismo— siempre se elige la historia de la chica hermosa que enseña más centímetros cuadrados de epidermis, que la que se enfoca en emprender algo brillante y por ende triunfa. Es triste, pero el periodismo babea por lo extraordinario y lo morboso. Hablar de lo normal no interesa a editores y periodistas porque creen, equivocadamente, que no va a atraer a los lectores.
Al final, resaltar y consumir sólo lo extraordinario, lo vuelve la norma mediática. La consecuencia es hacer creer que si no emprendiste antes de los treinta años, ya fracasaste. Tiene que venir un estudio científico que haga sonar la normalidad como cosa extraordinaria porque nuestra visión de la realidad ya estaba distorsionada.
El estudio de marras se llama  “Age and High-Growth Entrepreneurship” (“Edad y alto crecimiento emprendedor”), y fue realizado por Pierre Azoulay y otros investigadores del MIT. En él se demuestra que, a la hora de emprender, le va mucho mejor a la gente madura. De hecho, el artículo demuestra que la edad promedio para emprender con éxito es alrededor de los 45 años.
Para realizar el estudio, utilizaron diez años de datos del Buró Censal en Estados Unidos. Las curvas estadísticas resultantes eran las mismas sin importar el sector. Incluso en el tecnológico —que es donde más se asume que la corta edad es requisito para el éxito— se repetía ese esquema: el triunfo emprendedor tiende a surgir hacia los 45 años. En todos los casos, el auge se adjudicaba a la experiencia: “Los emprendedores de más edad tienen mayor acceso al capital humano, social y económico”, dice el estudio. La frescura de la juventud solamente en casos excepcionales rinde frutos excepcionales —esto, a pesar que en lugares como Silicon Valley hay una gama de apoyos económicos para los muy jóvenes—. Que la edad de los logros sea los 45 años no quiere decir que antes no se hubiera emprendido, sólo que el promedio señala que esos emprendimientos previos tienden al fracaso. “Los emprendimientos realmente triunfadores son muy escasos. La mayoría falla en generar las grandes innovaciones o la destrucción creativa que resulta en crecimiento económico”, dicen los investigadores.
Pero no es el único estudio que rompe el molde. Otra idea muy extendida es que la belleza física es la puerta de entrada al éxito económico. Eso suena muy lógico si en tu Instagram sigues a influencers que presumen su hermosura y envidias sus cientos de miles, tal vez millones de seguidores —que sí, se traducen en altos ingresos—. Pero nuevamente estamos ante la falacia de lo extraordinario. Por cada Emily Rajtakowsky, hay en el mundo millones de personas sumamente atractivas que pasan inadvertidas, de manera que a la hora de hacer el trabajo estadístico, resulta que en realidad —es decir, estadísticamente— el éxito le sonríe más a la gente poco atractiva.
El estudio al que hago alusión ahora se llama  “Is There Really a Beauty Premium or an Ugliness Penalty on Earnings?” (“¿Hay realmente un premio a la belleza o un castigo a la fealdad que afecte a los ingresos?”), y fue realizado por Satoshi Kanazawa y Mary C. Still, y publicado recientemente en el Journal of Business and Psychology. Según ellos, la discriminación de los empleadores y hacia los clientes debería predecir una asociación directa entre el atractivo físico y los ingresos. El hecho es que ocurre lo contrario.
Los investigadores utilizaron datos del Estudio Logitudinal de Salud Adolescente en Estados Unidos y vieron cómo le iba a los más hermosos a lo largo de varios años. El resultado es que, consistentemente, a la gente menos guapa le iba mejor en lo económico.
Las razones de esto es que los atractivos tienen demasiados distractores como consecuencia de lo que su propia belleza provoca: van más a fiestas, tienen más parejas sexuales, pesan sobre ellos más expectativas. En cambio, como a los feos nadie les hace caso, se concentran en lo suyo: estudiar, emprender o trabajar. El acumulado de esa tendencia es que, con los años, ganan mucho más dinero. Dicho de otro modo, es la fábula de la liebre y la tortuga, pero en versión taco de ojo.
En resumen, señoras y señores de edad mediana y aspecto poco agraciado: tenemos esperanza. Personalmente, ahora ya sólo espero que esas estadísticas me favorezcan, pues ando bien entrado en mis 40 y estoy relativamente feo.


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Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
Negocios Inteligentes es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.
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