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¿Podría el T-MEC convertir a México en el nuevo China?

Un análisis que demuestra que detrás de la narrativa del T-MEC hay un error estratégico con respecto a la economía más importante de Asia.



2 julio, 2020

Ayer, 1 de julio,  entró en vigor el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, también conocido como T-MEC o TLCAN 2.0 debido a que sustituye al Tratado de Libre Comercio de América del Norte originalmente firmado en 1992.

El T-MEC ha sido recibido en México con mucho optimismo debido a la expectativa de que, en combinación con la guerra comercial existente entre China y Estados Unidos, este tratado potencie el papel de nuestro país como receptor de la inversión extranjera directa estadounidense.

Ha habido voces como la de Luis De la Calle que anuncian que los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump serán vistos como los “Padres Fundadores” de la integración norteamericana. Hay quienes se congratulan pensando que México está asegurando su alianza con el jefe del bando vencedor en esta nueva “Guerra Fría” comercial iniciada unilateralmente por Estados Unidos. Según esta narrativa, no solo resulta aceptable, sino deseable, que nuestro país renuncie a cualquier intento de acercarse comercialmente a China, que naturalmente será el país perdedor que no podrá soportar el embate estadounidense.

Esta idea se ve materializada en el artículo 32.10 del T-MEC, que obliga a los tres países a revelar el inicio de cualquier negociación y prácticamente cancela la vigencia del tratado en caso de que se suscriba un acuerdo comercial con algún país que Estados Unidos, México o Canadá, hayan calificado unilateralmente como una economía que no es de mercado (o sea, China).

La narrativa anterior es optimista, por un lado, e ingenua por otro. Es optimista al esperar que una parte significativa de las inversiones estadounidenses en China terminen aterrizando en México, y que aquella parte que aquí caiga va a impactar de manera sustancial en nuestra economía. También, esta línea de pensamiento es ingenua al asumir que China depende de la inversión estadounidense y que podemos alejarnos comercialmente del gigante asiático sin que el país aislado termine siendo el nuestro.

La falacia de que sacaremos provecho de China

China nunca ha recibido más inversión extranjera estadounidense que México. En 2018, por ejemplo, la inversión extranjera directa de Estados Unidos en México ascendió a $12,300 millones de dólares, y en China, a $7,600. En 2017, los montos fueron $13,893 millones de dólares para México y $2,386 para China, y en 2016, $10,410 y $2,088, respectivamente. Y hacia a atrás la tendencia a ha sido similar.

En 2010, por ejemplo, México recibió $6,256 millones de dólares de inversión extranjera estadounidense, mientras que China sólo recibió $3,017. Como se puede apreciar, durante la última década, la inversión estadounidense en China ha oscilado grosso modo entre el 50% y el 15% de lo que ha recibido México, lo que hace que, aun en el muy improbable caso de que la inversión estadounidense dejara de fluir por completo hacia China, nuestro país no sería salpicado de manera mucho más sustancial que hasta hoy. Para ilustrarlo mejor basta decir que en 2018, la inversión estadounidense representó poco más del 1% del Producto Interno Bruto de nuestro país. Por ello, en el muy optimista caso de que México captara la totalidad de los flujos de inversión que hoy viajan de Estados Unidos hacia China, difícilmente ganaríamos más de la mitad de un punto porcentual de nuestro PIB.

Pero incluso ese medio punto porcentual se convierte en un objetivo irreal, debido a que China no dejará de ser un destino atractivo para las multinacionales estadounidenses, ya que posee la ventaja competitiva más importante que puede tener cualquier país: el mercado interno más grande del mundo, medido en paridad de poder adquisitivo, y el único que ha duplicado su tamaño durante los últimos diez años. Tesla ilustra bien lo anterior al haber abierto una megafábrica de autos eléctricos en Shanghai a finales de 2019, meses después del inicio de la guerra comercial existente entre ambos países, con el objetivo de evitar quedarse fuera del mercado de autos más grande del planeta.

Sin lugar a dudas, la mitad de un punto de porcentual de nuestro PIB no es despreciable y cualquier cantidad de inversión debe ser bienvenida. No obstante, si las promesas que la guerra comercial de Trump le tiene a México no son tan espectaculares, entonces, podría ser que el habernos auto-prohibido suscribir acuerdos comerciales con China nos resulte insospechadamente caro.

Estados Unidos y México dependen más de China que al revés

De manera clara, la economía china no depende de las inversiones de Estados Unidos. En 2018, por ejemplo, el total de la inversión extranjera directa en China representó el 1.73% de su economía, y entre ello, la inversión estadounidense representó el minúsculo 2% del total. O sea, nada. Aunado a ello, en 2018, cuando Trump comenzó a intensificar su retórica contra el país asiático, la inversión extranjera directa proveniente de China fue negativa en $754 millones de dólares, mientras que los estadounidenses continuaron incrementando sus posiciones en aquel país en $7,600 millones de dólares. Ello demuestra que, por lo menos en cuanto a sus cadenas globales de producción, China depende menos de Estados Unidos de lo que el Tío Sam depende de China.

Al día de hoy, China mantiene en vigor 17 tratados de libre comercio, tres con países latinoamericanos, y 145 tratados bilaterales de protección de inversiones. El más importante de todos es la Asociación Económica Integral Regional, que podría firmarse tan pronto como este próximo noviembre, y que convertirá a buena parte de Asia en la zona de libre comercio más grande del mundo, desplazando al T-MEC al segundo lugar. Aunado a ello, China continúa ensanchando sus lazos con los alrededor de 70 países que forman parte de la Nueva Ruta de la Seda (The Belt and Road Initiative), en los que China invirtió más de $13,000 millones de dólares solamente en 2019. En otras palabras, China no sólo está muy lejos de ser un país aislado, a punto de desplomarse a causa de la retirada de la inversión estadounidense, sino que, por el contrario, es el centro económico de la región más dinámica del mundo.

Sin lugar a dudas, México debe mantener en vigor un tratado de libre comercio con América del Norte, pero no es admisible que ello sea a costa de renunciar a la posibilidad de acercarnos a China. Además, no debimos haber dejado que ese dilema nos fuera impuesto. Como hemos visto, China nunca ha sido un sustituto real de México para la inversión estadounidense. Y ahora sin China, gracias a la guerra comercial, la inversión estadounidense no tiene a donde ir. India y Vietnam difícilmente sustituirían a México por las mismas razones por las que no sucedió con China, y reinsertar sus cadenas de producción globales a Los Ángeles o a Detroit, resultaría en una economía estadounidense significativamente menos competitiva. México requiere del T-MEC pero las multinacionales estadounidenses no podrían sobrevivir sin nuestros estados fronterizos y sin el Bajío.

Hubo un tiempo en el que la economía china era más endeble que la de la General Motors Company. En 1971, Henry Kissinger cruzó el Pacífico para abrirle las puertas del mundo a Beijing. China, en lugar de volverse un apéndice de Estados Unidos, es uno de los países más diversificados, y lejos de la narrativa hostil de Washington, se ha convertido en socio estratégico en diversas regiones del mundo. Perú, Costa Rica y Chile, no le han tenido miedo a China, con quien mantienen tratados de libre comercio. Tampoco Vietnam, Corea ni Japón, que junto con otros 11 países, pronto integrarán con China la zona de libre comercio más grande del mundo. México tampoco debería tenerle miedo al China. Por el contrario, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en volvernos los socios estratégicos de Asia en América del Norte. Si no lo hacemos corremos el riesgo de que, pronto, Callao, en Perú, desplace a Manzanillo como el puerto más importante del Pacífico latinoamericano.

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Eduardo Rusconi es abogado con maestría en Derecho Internacional Económico y de los Negocios (Universidad de Kyushu, Japón) y maestría en Derecho Fiscal Internacional (Universidad de Melbourne, Australia). Es Mediador Privado certificado por el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México y socio de Rusconi Abogados.





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