Esta pandemia demostrará quién es un líder y quién es un vendedor de humo
El buen liderazgo sí puede salvar vidas en una pandemia. Sabiendo qué componentes lo definen, la pregunta es: ¿tenemos un buen liderazgo en México?
En algún momento de nuestro desarrollo personal y profesional, tarde o temprano tuvimos una misma revelación: que no es lo mismo ser jefe que ser líder. Pudo ocurrir al ver la diferencia abismal entre la manera histérica que tenían nuestros padres de darnos órdenes arbitrarias, y la forma razonada que los papás de nuestro amigo lo conducían a ser una mejor persona. O pudo ser al enfrentarnos a nuestro primer director prepotente en un trabajo, que nos hizo extrañar a nuestro antiguo jefe, que sabía cómo persuadirnos a dar lo mejor de nosotros mismos. Cuando finalmente hemos tenido equipos a nuestro cargo, esa diferencia entre ambas palabras siempre nos ha hecho ruido: ¿estamos siendo líderes o solamente jefes?
En plena pandemia de covid-19, como nunca antes, esa distinción líder / jefe se exhibe muy contrastada en todos los ámbitos. Dicen que las crisis no construyen el carácter de las personas, pero sí revelan su verdadera naturaleza. Es ahora cuando quien pensabas que era un líder más bien era un vendedor de humo. Es ahora cuando quien pensabas que era un mandón tal vez se revela como una persona íntegra.
Es en crisis como ésta cuando también surgen, de las sombras, los líderes verdaderos. Personas que no necesariamente tienen la investidura que los acredita como mandos superiores, pero que, por la claridad de su visión y lo acertado de sus decisiones, sustituyen el vacío de autoridad de quien en teoría debería llevar la batuta.
El líder dice la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad
La primera palabra clave del liderazgo (en todo momento, pero mucho más en tiempos críticos) es: Verdad. Enfrentados ante la crudeza de los hechos, muchos líderes confunden su función de dar esperanza con la estupidez de endulzar la realidad. En lugar de ofrecer desde el primer momento un escenario verídico y verosímil, optaron por diluir la gravedad de la pandemia con falsedades e incongruencias.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, dijo —sin sustento alguno— que el virus desaparecería milagrosamente con el clima cálido. En cambio, Angela Merkel, canciller alemana, desde el inicio señaló la gravedad de la situación, sin atenuantes. Estados Unidos hoy reúne la tercera parte de las muertes globales por esta enfermedad. Alemania tiene también un alto número de infectados (algo que no se podía evitar), pero su índice de letalidad es de los más bajos del mundo, gracias a una serie de decisiones acertadas tomadas a tiempo con datos verídicos, no con pronósticos edulcorados (y falsos).
Debajo de la mentira en boca de los falsos líderes, está muchas veces la idea de evitar que la gente entre en pánico. Con una frecuencia que ya resulta aburrida, ante la inminencia de una crisis financiera los voceros de la economía global envían mensajes de tranquilidad “a los mercados”. Recordemos de el “catarrito” que nos diagnóstico Agustín Carstens, por entonces secretario de Hacienda, cuando en 2008 se avecinaba una debacle monetaria. (Spoiler: en pocos meses, el catarrito se complicó con el catarrote de la epidemia de AH1N1.)
El hecho es que, de acuerdo al especialista en crisis Arjen Boin, coautor del libro The Politics of Crisis Management (“Las políticas del manejo de crisis”), no existe evidencia de que información verdadera, bien articulada, bien comunicada, cause pánico. En cambio, las falsedades sí pueden conducir, tarde o temprano, a la histeria masiva.
Los malos líderes tratan a sus gobernados como niños incapaces de decidir por sí mismos. Son paternalistas y sobreprotectores. Esto crea la ilusión momentánea de que la persona al mando se preocupa de sus subordinados; pero es una falacia. Es casi una ley de la naturaleza que los niños que crecieron mimados por sus padres, sean adultos que evaden afrontar sus responsabilidades. En la infancia y adolescencia los sobreprotegidos se la pasaron estupendamente, no es de extrañar que al crecer quieran extender su juventud hasta el ridículo.
Las acciones paternalistas de los líderes ante una emergencia global sólo incrementarán la vulnerabilidad y la miseria de las personas cuando los recursos se agoten, cuando la desgracia arrecie.
El mal hábito de obtener victorias y beneficios de corto plazo propios de la politiquería y la politización, privilegian la mentira y la superstición sobre la información clara, científica y, muchas veces, dura de tragar. Un líder verdadero se impone a la mezquindad de los cortoplacistas e insiste en la verdad, no importa el precio que deba pagarse.
La pura verdad no basta para el liderazgo, también importa el por qué
La segunda palabra clave del liderazgo en tiempos de crisis es: Propósito. En todos los esfuerzos de comunicación debe articularse un sentido trascendente ante las duras decisiones y acciones que se deben de tomar ante la crisis. El sacrificio resulta intolerable por sí mismo, por eso debe de estar contextualizado en un proyecto más grande, noble, importante.
De otra forma, carentes de propósito, las medidas extraordinarias se perciben autoritarias y arbitrarias, se reciben con sospecha. Aún así, es indispensable comunicar la incertidumbre ante los resultados de muchas decisiones. Los médicos, cuando proponen un tratamiento o cirugía que conlleva riesgo, dan al paciente las probabilidades de éxito de la intervención. En el mejor de los casos, se decide en consenso. Pero en muchas ocasiones no hay tiempo para ello y se deben decidir de forma unilateral.
El líder no se arredra a tomar decisiones que podrán costar vidas, que costarán dinero y que pueden costarle su mandato, siempre que realice lo que es más correcto o menos dañino de acuerdo a la ciencia, a la lógica, a la teoría de juegos y a la ética.
Y por último, no hay líder sin compasión
El líder cuida a su gente. Siempre. No importa qué. La gente bajo la responsabilidad del líder es la primera que sufrirá las consecuencias de las decisiones que se tomaron. Los que perderán a sus seres queridos absurdamente si el líder no supo o no quiso enfrentar la verdad, ofrecer un propósito.
La crisis no será eterna. Cuando esto termine, esa gente recordará al líder que supo llevar el timón de la nave en la tormenta, el héroe que salvó vidas, o que evitó la pérdida de muchas más, la persona con visión que será la más acertada para seguir al mando. Pero también recordará, con odio y con desdén, al líder de paja que se escondió, que no tuvo compasión, que no tuvo empatía, que sólo veló por sus intereses personales y los de su camarilla, que en resumen, acaso, sólo fue un pésimo jefe, nunca un líder.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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