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La autoestima de los innovadores: de verdad, todo lo que necesitas para innovar es creértela

Una sana mezcla de entendimiento, candidez, irreverencia, pereza, y autoestima es a veces todo lo que se necesita para innovar. ¿La tienes o te da miedo el éxito?



22 julio, 2019


Parece que la creatividad es en realidad consecuencia de una autoestima elevada. Esto va en contra del estereotipo del genio atormentado que en el fondo se siente una basura y suele acabar muy mal y muy pronto. Sin embargo, sentir que uno apesta en la vida, no impide saber que lo que uno crea tiene el suficiente valor como para ser consumido. 
Hasta Franz Kafka, que pidió a su mejor amigo que quemara todos sus escritos cuando muriera, entendía que sus obras valían la pena ser leídas. No hay manera de probarlo, desde luego, pero da qué pensar el hecho de que dejara esa tarea justo a su mejor amigo y editor, Max Brod. Si realmente hubiera querido que sus obras acabaran en el fuego, lo hubiera hecho el propio Kafka, o si se sentía indispuesto a hacerlo, hubiera encomendado la tarea a cualquier otra persona que no tuviera la menor idea del contenido de los papeles que estaría arrojando a la hoguera.
Es decir, las personas con mayor facilidad para producir y desarrollar ideas brillantes, independientemente de qué tan bien o mal se sientan en otros aspectos de la vida, con cada creación reafirman la noción de que hay algo que sí hacen muy bien, aunque las demás personas no los entiendan, o no sepan apreciar sus obras. Cuando sienten que eso es lo único que les sale bien, tenemos al genio suicida potencial. Por el contrario, si opinan que eso y todo lo demás en la vida les sale bien, tenemos a un ególatra infumable, aunque exitoso.
Aún no queda demostrado por la ciencia si las mentes de estos genios, sean atormentados o no, vengan así “de fábrica”. Es factible que para ciertas habilidades muy específicas haya predisposición innata. Por dar ejemplos, un músico tal vez tenga de nacimiento mayores conexiones en el área cerebral del procesamiento auditivo, o un chef en la del olfato y el gusto; un matemático posiblemente pueda ubicarse en algún segmento del espectro autista; y ciertos estudios apuntan a que las mujeres, por serlo, ya nacen aventajadas para el habla. Eso sin añadir que hay cuerpos mejor perfilados para cierto tipo de genialidades deportivas, como la elevada estatura que es norma para los dioses del básquetbol.

Nadie hablará de los genios de la plomería

Es tan amplio el catálogo de las actividades humanas que la genialidad puede darse incluso en actividades modestas y por ello pasar inadvertida. Nadie hablará de los genios de la plomería; de los genios del apilamiento de latas en el súper; de los genios que recuerdan la alineación de los equipos de futbol, año por año desde que tienen memoria; de los genios de caerle bien a todo mundo, etcétera. Pero ahí están, caminando entre nosotros. Seguramente tú, que me lees, reconoces en ti habilidades que te distinguen del resto de las personas.
Por supuesto, la magnitud de esa genialidad es una cuestión estadística: si te esfuerzas, quizá llegues a ser la mente más brillante (al menos en una sola cosa) de un grupo cualquiera de mil personas. Eso parece bastante a simple vista. Pero si el grupo es de diez mil, habría otros nueve como tú, y alguien entre esos nueve —tal vez ya no tú— siempre sería la persona más capaz entre diez mil. En grupos mayores, de cien mil o de un millón, figurar se vuelve improbable, pero siempre hay quien reiteradamente destaca, no importa el tamaño de la muestra: estamos ante un genio indiscutible.
¿Existirá alguna persona que de verdad nunca destaque en nada ni por accidente, ni siquiera ante un grupo pequeño, de unas cien personas? Si no hay discapacidad mental, física o socioeconómica de plano inhabilitante —o una muerte muy temprana— es casi imposible que eso pase. La vida es lo bastante larga como para no hallar algo en donde uno predomine.
Pero ¿sobresalir en creatividad? Por supuesto. Casi cualquier campo de desarrollo tiene espacio para lo creativo. Que no sea evidente ni espectacular, o que lo creado parezca no estar relacionado con la ocupación es otra cosa. Si la creatividad se manifiesta —en la forma que sea— es síntoma del avance en el conocimiento y dominio de esa actividad. La tarea más rutinaria termina por exhibir un sello creativo, aunque no tenga utilidad alguna: de la decoración del cubículo de la oficina y la habilidad de chismear con el de al lado mientras se realiza la actividad rutinaria, hasta la optimización o reinvención del proceso rutinario a fuerza de hacerlo una y otra y otra vez. Las únicas actividades humanas que posiblemente no tengan espacio a la creatividad son las absolutamente pasivas: mirar la televisión con el cerebro apagado, revisar el Facebook sin interactuar de ninguna manera, drogarse sólo para irse de la realidad.

Los ingredientes de la personalidad innovadora

Inicié esta disertación diciendo que a veces parece que la creatividad es una cuestión de tener elevada la autoestima. He dado un gran rodeo y no he resuelto esa cuestión satisfactoriamente. Va por acá: cuando alcanzas cierto nivel de dominio en cualquier ocupación, tu mente se libera de la tarea del aprendizaje y empieza a divagar. Cuando no te consideras alguien capaz de innovar con respecto a tu actividad (sea porque le tienes mucho respeto o porque tienes miedo de equivocarte), entonces esa divagación se enfoca en cualquier otra cosa (en decorar tu cubículo, por ejemplo). Cuando, por el contrario, te sientes lo bastante capaz como para aportar a esa actividad, es que enfocas tu divagación en el progreso de tu ocupación, en su evolución, en su optimización, en su mejora.
Pero ese “sentirse lo bastante capaz”, ¿quién lo valida? Hay personas que para considerarse así necesitan de la muletilla anímica de los títulos académicos y las certificaciones. Esta muy bien tener todo eso en el currículum y presumirlo a tus clientes, pero una mente innovadora la mayoría de las veces se salta esos requisitos. Incluso aprovecha su inexperiencia en el área para aportar una visión no viciada por las costumbres, las jerarquías, el deber ser. Por otro lado, esos diplomas no garantizan la innovación ni el dominio. ¿Qué sí lo permite? Una sana mezcla de entendimiento, candidez, irreverencia, pereza, y autoestima.

Entendimiento:

Conocer lo suficiente sobre el tema para detectar las áreas donde es posible innovar.

Candidez:

Ignorar la existencia de obstáculos que otros más curtidos que tú ven como infranqueables.

Irreverencia:

Desatender las líneas de reporte jerárquico, la normatividad, las políticas que entorpecen; perder el respeto y el sentido de la solemnidad que acartonan tu campo de trabajo.

Pereza:

Detestar el esfuerzo que requieren ciertas actividades, de modo que buscas la manera de minimizar los pasos necesarios para ello… aún cuando eso implique el triple de trabajo.

Autoestima:

Creer que la persona más indicada, inteligente y capaz para dirigir a un equipo para resolver el problema eres tú. ¿Por qué tú y no alguien más? Por esto: desde hace tiempo detectaste aquello en lo que eres mejor que la mayoría: Sabes que si aplicas tu talento especial puedes dar con la respuesta. Seguro hay mejores que tú, pero buscarlos o convencerlos tomará tiempo. Así que, no importa que el resto de tu vida apeste: este talento para lo que eres realmente genial va a sacarte adelante como ya lo ha hecho antes tantas veces.
Termino con palabras de consuelo para las personas que creen no tener talento en nada: si has llegado hasta este renglón al menos tienes la disciplina suficiente para leer textos malones hasta el final y sólo por eso ya perteneces a una minoría que puede hacer algo mejor que los demás. Vamos, leer bien los instructivos es un talento que no todos tenemos.
 
 
Para redondear esta idea, sigue leyendo Los 12 boicots de la cultura mexicana contra la creatividad.


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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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