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La falacia de los ganadores en el mundo hipercompetido

La dinámica entre la competencia y la colaboración es lo que hace avanzar todos los ecosistemas: de la jungla a los negocios, a las canchas de futbol, a los grupos de rock. Este ensayo explora a dónde lleva esa dinámica en el largo plazo.




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Foto: Shutterstock
11 junio, 2018


Está muy bien competir. Está muy bien que te esfuerces todos los días en ser alguien tan competente (y competitivo) que ya te has acostumbrado a ganar. Es fabuloso que tantos triunfos acumulados te hayan habituado a mirar al resto de la humanidad desde tu posición de superioridad en talento o en habilidades, conocimientos, capital, o poder. Todos los demás te miraremos con una mezcla de admiración y de envidia. Bien por ti. Tu excepcionalismo sin duda te abre las puertas a un mundo que la mayoría apenas soñamos y justo ese es el punto: eres la excepción y no la regla.
Hace unos días, los 23 seleccionados del equipo mexicano de futbol fueron captados como asistentes a una fiesta que duró 24 horas con una treintena de mujeres que habían sido contratadas para acompañarlos. Aunque a últimas fechas han circulado por la red videos muy borrosos que se supone fueron filmados en ese festejo, nadie sabe qué ocurrió realmente en esa mansión de las Lomas Chapultepec y sólo cabe suponer. (El Chicharito salió a decir que todas esas mujeres que vimos entrar eran parientes o amigas nomás.) Los futbolistas, a fuerza de ser los más competitivos en las canchas en este país, se dieron un lujo que sólo cabría en gente como ellos: los que han logrado más, los acostumbrados a perder menos, los que han acumulado el capital para hacerlo. Nos gustaría que fueran a menos fiestas y en cambio, se concentraran en ganar más frecuentemente, pero por lo visto sus incentivos son distintos a dejar en alto el nombre del país, eso tal vez sea secundario.
Quizás a ti te suceda algo similar (sin los escándalos, claro). Me explico: estás en la cima de un ecosistema y, naturalmente, te aprovechas de ello. Sin embargo, tendrás que admitir que debajo y alrededor de ti hay una red de familiares, amigos, conocidos, contactos, empleados tuyos y ajenos, clientes, consumidores, fans, que en realidad —voluntaria o involuntariamente— están cooperando —no compitiendo como tú— por sostenerte en la cima que te construiste. Si no hubiera ese ecosistema que te sostiene, tu suerte sería semejante a la de los depredadores que se han quedado sin presas: la extinción.
Los mismos seleccionados que llegaron a esa fiesta nunca lo hubieran hecho solos. Cada uno de ellos necesitó de, por lo menos, otros diez jugadores que, en su momento, los hicieron brillar, que les pasaron la pelota. Un juego de futbol es, de hecho, la síntesis de la cooperación y la competencia: los jugadores de cada equipo trabajan juntos (cooperan) para derrotar (compitiendo) a los contrincantes. Para la fiesta de marras, también decidieron cooperar: quien la organizó la hizo por sus compañeros, las invitadas decidieron también colaborar a cambio de —suponemos, pero no podemos asegurar nada— una remuneración y su desempeño, podemos inferir, habrá sido satisfactorio.
Como todos los temas que esta columna semanal aborda, el problema de nueva cuenta ha sido la narrativa, es decir, la historia que nos contamos para interpretar y sacar provecho de la realidad. Por regla general, cuando prevalece una narrativa sustentable, tiende a haber mayor bienestar y menos motivo de conflicto. Cuando, por el contrario, prevalece una narrativa que no se sostiene, la crisis es inevitable.
En este caso, prevalece una narrativa no sustentable entre dos vectores que suelen ser contradictorios: la cooperación y la competencia. El problema es que el parecer se trata de una dinámica irresoluble, porque permanecer por mucho tiempo bajo el influjo de uno sólo de los dos vectores a largo plazo es insostenible; por el otro, ambos son inescapables: o estamos influidos por un vector o por otro. Para explicar qué ocurre, propongo los siguientes cuatro escenarios, y una pregunta: ¿cuál es la narrativa que prevalece ahora en tu entorno?:

1. La competitividad salvaje

En este escenario la competencia tiene más valor que la cooperación. Imaginemos una banda de rock en la que cada uno de los músicos quiere sonar más duro y más rápido que los demás: espantoso. Lo mismo en un partido de futbol en el que cada jugador quiere ser el máximo goleador y, por lo tanto, nunca pasa la pelota: el juego se arruina. Si cada individualidad intenta ganar, se destruye el sistema y todos pierden. Los entornos hipercompetitivos sólo traen desgracia: por un momento tal vez haya un ganador que sienta que lo pudo todo, pero al final será visto con el mismo cariño con que veremos a Donald Trump cuando el calentamiento global nos cocine.

2. La cooperación forzada

Aquí la cooperación tiene más valor que la competencia: en teoría el juego permanece, evoluciona y todos ganan. Subrayo: en teoría. El hecho es que el incentivo de la cooperación por la cooperación misma se pierde pronto y entonces comienza a forzarse y/o a declinar. Sin competencia efectiva surge una grave enfermedad: la complacencia y, a la larga, el asunto entra en una entropía que sólo termina cuando se retoma la competencia, que manda al diablo a la cooperación. Por ejemplo, la Rusia de Vladimir Putin: después del comunismo y su sistema de cooperación forzada, reimplantó un capitalismo salvaje —y por eso Trump lo admira tanto.

3. El equilibrio asimétrico

En este, la competencia y la cooperación tienen igual valor: el juego se mantiene activo y se reconoce a quien gana, pero es temporal. En cada ocasión alguien gana y alguien pierde. Parece ideal, pero tampoco se sostiene en el largo plazo. La dinámica de competencia y cooperación hace que el juego se vuelva más reñido, e inevitablemente empiezan a surgir las asimetrías: basta con que un equipo, o un jugador sea ligeramente mejor que el otro para que, acumulativamente, al final se quede con todas las victorias. Esto explica cuatro años de final de la NBA entre los Cavaliers y los Warriors: no es por coincidencia, sino por asimetría. Lo mismo Real Madrid contra Barcelona. Alemania contra Brasil. Si nada la contiene, la asimetría se vuelve insalvable: así, el 99 por ciento de los seres humanos cada día nos distanciaremos más del uno por ciento que gradualmente será más, y más, y más privilegiado…

4. La nada

No hay competencia ni cooperación (el valor de ambas es cero). Esta situación es súper estable para toda la eternidad. Hay un problema: en este escenario ya todos estamos muertos.
Los escenarios anteriores —que están, lo admito, súper simplificados— ocurren únicamente en entornos cerrados. La realidad es que todos esos escenarios compiten, cooperan y se modifican entre sí en un mundo hiperconectado como el nuestro.
En el tránsito de un escenario a otro se puede capitalizar con las desigualdades: hay ganancias a corto plazo cuando un jugador de un entorno lo rompe para establecer otro. Esto explica por qué Donald Trump ha querido romper con la colaboración estadounidense del Grupo de los 7; por qué ha tratado de reinsertar en ese grupo a la Rusia de Putin (para convertirlo en un G8) y por qué ha preferido ir a negociar con el líder de Corea del Norte: quiere salir de la cooperación forzada para reimplantar un orden mundial de competitividad salvaje. ¿A dónde nos va a llevar todo esto? A veranos ardientes e inviernos templados para las próximas décadas…


Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
Negocios Inteligentes es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.
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