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Cambridge Analytica, el presidente de Perú y la tragedia en la que nadie abandona el barco

En su columna, Felipe Soto Viterbo reflexiona sobre lo que motiva a los líderes a abdicar, tanto en el mundo de los negocios como en la vida política.




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Foto: Shutterstock
26 marzo, 2018


Los últimos días fueron señalados por dos escándalos de distinta naturaleza, pero un mismo desenlace: la renuncia del líder.
Por un lado, la dimisión del ahora ex presidente de Perú,  Pedro Pablo Kuczynski, ante las evidencias de corrupción por compra de votos y por su implicación en el caso Odebrecht. Por el otro, no menos simbólica, la renuncia del CEO de Cambridge Analytica, Alexander Nix, ante la revelación del abuso de datos personales de 50 millones de usuarios en Facebook.
La abdicación, sea de un líder de negocios o político, pertenece siempre a la narrativa de la tragedia. No hablo aquí del significado popular de tragedia como “catástrofe” o “devastación”, sino del género teatral, ese que fue cultivado por Eurípides, Sófocles y Esquilo y que un par de milenios más tarde llegaría a su máxima expresión con Shakespeare. Hago uso de la dramaturgia porque esta columna es sobre narrativa de negocios y detrás de toda narrativa hay literatura. Pido paciencia porque vamos a ponernos un poco teóricos, pero vale la pena.
La confusión de tragedia con lo catastrófico proviene de que tanto los griegos como el bardo inglés gustaban de darle finales sangrientos a sus obras, para generar una conmoción más duradera en sus audiencias. Pero la tragedia —y sobre todo la tragedia en la narrativa de negocios— no necesita por fuerza una serie de muertes sangrientas al final. Basta con una sola muerte simbólica: la renuncia del líder.
Para poder entender el pensamiento trágico (conste que advertí que nos íbamos a poner teóricos), hay que partir de dos variables independientes: la conciencia y la creencia en parámetros de conducta. La primera (la conciencia) habla de la capacidad del héroe —en este caso el líder de negocios, o el político— de entender que sus actos tienen consecuencias y por ello toma decisiones informadas. La segunda (los parámetros de conducta) tiene que ver con qué tanto los actos del héroe están regulados por la creencia en la comunidad que le rodea. Por parámetros de conducta me refiero a la ética, pero también a las leyes, a la moral, las costumbres, las tradiciones, los códigos. Si el líder es consciente e informado y cree en los parámetros de conducta, actuará conforme a derecho, pero también conforme a la ética y la moral. Si se trata de un líder criminal, y su narrativa es trágica, no actuará de acuerdo a las leyes o la ética, pero sí de acuerdo al código establecido entre los cárteles, que sustituye al bien y al mal por la lealtad y la traición; pero en eso será “derecho” y eso lo llevará a sus últimas consecuencias.
Que actúe conforme a derecho (o que sea “derecho”) no impide que cometa errores. Es, de hecho, la excepcionalidad de esos errores lo que origina eso que en el mundo moderno se conoce como “escándalo”. Una persona de quien no se esperaba más que una conducta intachable se equivoca. Ante la indignación de su gente, este líder, consciente de las consecuencias de sus actos y creyente en que hay parámetros de conducta, acepta su culpa y asume la responsabilidad de sus acciones. Como muchas veces ya no es posible resarcir el daño, se autoinmola: es decir, abdica de su poder. Si el daño rebasó el marco legal, irá a la cárcel, pero si en todo momento se comportó como un héroe trágico, incluso la prisión la sobrellevará con alguna dignidad.
La frase del post de disculpa de Mark Zuckerberg ante el escándalo de Cambridge Analytica exhibe con claridad el tono trágico: «Tenemos la responsabilidad de proteger tus datos, y si no somos capaces de eso, entonces no merecemos servirte.» Inicia con la idea de responsabilidad (que es señal de conciencia) y cierra con la idea de que el servicio que brindan lo hacen por el bien de la comunidad (parámetros de conducta). Un poco también el discurso de Kuczynski cuando al renunciar a la presidencia dijo que su salida era lo mejor para el país.
¿Pero qué ocurre cuando el héroe no renuncia? En México, por desgracia, los casos en los que los líderes debieron dimitir y no lo hicieron se acumulan por decenas: del escándalo de la Casa Blanca de Peña Nieto al socavón de Cuernavaca; del derrame de ácido en Sonora, a la guardería ABC; del escándalo de Lozoya en Odebrecht a la Estafa Maestra. Etcétera. Son muchos escándalos y demasiado costosos y sangrientos. Sin embargo, los supuestos “líderes” siguen brindando y departiendo en sus comilonas, tomándose selfies en sus yates, ejerciendo el poder del que ya no son merecedores.
Para desgracia de los muchos mexicanos que tienen conciencia y parámetros de conducta, la clase que ahora tiene cooptado el poder no pertenece a la tragedia, sino a su contrario exacto: a la farsa. Es decir, los caracteriza la falta de conciencia y la ausencia de parámetros de conducta. Cuando la farsa es la que gobierna, sólo caben los excesos. Ya no hay escándalos porque se vuelven cotidianos y no hay uno que supere a los demás. Prevalecen el cinismo y lo grotesco. Aquí los líderes no renuncian, por el contrario, se regodean en sus abusos. Lo único que los detiene es que venga otro más cínico, más sinvergüenza, más poderoso a arruinarles la fiesta…
Eso, o que se imponga un régimen de decencia y legalidad. Pero no se ve que el próximo sexenio ofrezca candidatos capaces de ello.


Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
Negocios Inteligentes es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.
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